Los historiadores nos sentimos a
veces como don Quijote, luchando contra los molinos de viento y es que casi de
nada sirven los cientos de horas de estudio, de investigaciones entre legajos,
viajes y otras tareas a las que nos debemos dedicar para ofrecer una
información documentada en una gran cantidad de fuentes históricas.
Entre los enemigos contra los que tenemos que luchar se encuentra uno que
avanza a pasos agigantados y se trata de la mal llamada “novela histórica”, ya que de histórica suele tener muy poco.
Una parte de los lectores de
este género literario, no tiene el discernimiento suficiente para distinguir lo
que en estos trabajos hay de verdaderamente histórico y lo que hay de
imaginario o inventado. Por ello, el peligro de que estas informaciones sin
base histórica se difundan entre la sociedad es muy grande, llegando incluso a
ser citadas como verídicas y con el paso del tiempo quedar como tales.
Me centraré en el caso de la
figura de D. Blas de Lezo y Olabarrieta, que ha tenido en los últimos años un
resurgir en la sociedad y han aparecido algunos trabajos de historia bien
documentados, a la vez que novelas históricas con informaciones disparatadas. Quisiera desmontar una de las informaciones
que se están dando como ciertas, incluso por instituciones oficiales y que no lo son, proporcionadas y difundidas a
raíz de la publicación de estas novelas.
D. Blas de Lezo y Olabarrieta no
fue a Cartagena de Indias con su familia. Los hijos de D. Blas de Lezo quedaron
con su mujer Josefa Mónica Pacheco en el Puerto de Santa María, donde vivían
desde 1736. Blas de Lezo partió para Cartagena de Indias el 3 de febrero de
1737 pero una de las pruebas de que su mujer e hijos no fueron con él -como se indica frecuentemente- es que su última hija, Ignacia Antonia Josefa
Agapita, nació al mes siguiente de su partida en el Puerto de Santa María, el 16 de marzo de 1737 y fue
bautizada en su Iglesia mayor prioral el 18 del mismo mes. El único padrino de
este bautismo fue, además, el primogénito de D. Blas de Lezo que fue D. Blas
Fernando, hermano entero de la bautizada y futuro I marqués de Ovieco. Los libros de bautismo de esta
iglesia han desaparecido, pero por suerte, he podido consultar la copia de esta
partida de bautismo, al igual que otros documentos que avalan esta separación familiar. Existe también documentación
sobre los efectos y caudales que por muerte de D. Blas de Lezo habían quedado
en Cartagena de Indias y de cuyo cobro estaba encargado un vecino de Cádiz.
El tomar en consideración la
información proporcionada por estas novelas históricas ha llegado tan lejos,
que el 12 de marzo de 2014 se inauguró en Cádiz, en el Paseo de Canalejas, un monumento dedicado a
D. Blas de Lezo que se ha considerado como el primer monumento dedicado al marino
en España. Sin embargo, esto tampoco es cierto, ya que la fachada de la
Diputación Foral de Guipúzcoa expone entre otras 4 figuras de héroes
guipuzcoanos del escultor Marcial Aguirre, el busto de D. Blas de Lezo, que
terminó este escultor en 1883.
Lo que me parece más grave es que
en el pedestal de la estatua inaugurada en marzo de este año en Cádiz, se ha grabado una
inscripción sobre unas supuestas palabras que D. Blas de Lezo dijo a su esposa
al morir. A su muerte en Cartagena de Indias, no se encontraba Blas de Lezo con su familia, por lo que difícilmente doña Josefa Mónica
Pacheco pudo asistirle al morir. Esta inscripción que se ha
colocado en el pedestal de la estatua de Cádiz, ha sido copiada literalmente de
una conocida novela histórica sobre D. Blas de Lezo.
La inscripción es como sigue:
“…Dile a mis hijos que morí como
un buen vasco, amando y defendiendo la integridad de España y del Imperio,
gracias por todo lo que me has dado mujer (…) ¡Fuego! ¡Fuego! ¡Fuego!”.
Es sorprendente cómo los
responsables de haber erigido un monumento con dinero público no hayan
realizado previamente una labor de asesoramiento histórico y dejen grabadas
para la posteridad en el pedestal de una estatua unas palabras atribuidas a D.
Blas de Lezo, que nunca fueron por él pronunciadas.